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12 nov 2019
Noticias
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Nos encontramos otra vez ante la celebración de una nueva COP-25, reunión número 25 de las partes o países firmantes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.
Se realizará de manera simultánea a la CMP15 (encuentro número 15 de los países adheridos al Protocolo de Kyoto) y a la CMA2 (segunda reunión anual de los países adheridos a los Acuerdos de París). Se llevará a cabo en Madrid del 2 al 13 de diciembre, por renuncia de Chile debido a sus problemas internos.
Tras tantas deliberaciones, objetivos y planes, derivados de las sesiones anteriores, la constatación real de que los cómputos globales de emisiones no solo no se han reducido, sino que continúan creciendo ligeramente, no deja de causar cierto desengaño, al que contribuye también la multiplicidad de mensajes lanzados por los mandatarios y la dispersión de informaciones difundidas por los medios. Por ejemplo, se presenta la transición forzosa del automóvil con motores de combustión al vehículo eléctrico como una acción preferente para solucionar el problema, cuando en el fondo es, sobre todo, una necesidad local de mejora ambiental para la vida diaria en grandes urbes con alta densidad de tráfico (ver NOTICIAS DE INGENIERÍA en DYNA: https://www.revistadyna.com/noticias-de-ingenieria/es-tan-necesario-coche-electrico-para-mitigar-cambio-climatico)
De los gases con efecto invernadero emitidos a la atmósfera, aproximadamente un 75% corresponden al CO2, un 20% al metano y un 5% a gases diversos, como los óxidos de nitrógeno. Y del CO2 emitido, casi el 45% procede de la generación eléctrica por medio de combustibles fósiles, origen mayoritario de las mismas. Parece, por lo tanto, que, si queremos adoptar medidas de cierto calado para estabilizar primero y reducir después estas emisiones, debemos actuar sobre este problema, especialmente porque sabemos que la demanda mundial de energía eléctrica va a crecer a un ritmo que se cree estará alrededor del 3 o 4% anual.
La Agencia Internacional de la Energía (IEA), en un informe reciente ha señalado que, precisamente, la mejora de la eficiencia energética, en su producción, distribución y utilización, debería ser el principal objetivo para mitigar los efectos de las emisiones en el cambio climático, pues no solo reduce las emisiones de los gases que lo causan, sino que es capaz de crear beneficios y empleo con las acciones e inversiones que precisa, sin afectar, como lo puede hacer el tránsito descontrolado hacia un vehículo eléctrico, de componentes aún no sosteniblemente contrastados. Y si esto se extendiese a mejorar la eficiencia global de la energía primaria, los resultados serían aún más notables, sin necesidad de cambios drásticos en ningún tipo de tecnología. Según la IEA sería preciso mejorar anualmente un 3% la eficiencia de uso de la energía primaria y, sin embargo, en 2018 esa mejora se ha situado en un 1,8%, el menor nivel de los tres últimos años. Resulta decepcionante la escasa formación que se da en este sentido y la poca disposición de la mayor parte de los países a abordarlo, prefiriendo medios más gravosos y con objetivos menos directos.
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LA REDUCCIÓN DE LAS EMISIONES POR LA MEJORA DE LA EFICIENCIA ENERGÉTICA
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