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10 abr 2020
Noticias
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Por Bernardo Prida Romero (UC3M). Dave, detente por favor, …. Dave, detente, ¿Puedes parar? ... Dave, mi mente se está yendo, … Puedo sentirlo, puedo sentirlo, dice H.A.L. con tristeza, … Así suplica el superordenador H.A.L. 9000 a Dave Bowman en una célebre y conmovedora escena de la película de Stanley Kubrick, “2001, Una Odisea en el Espacio”.
Año 2020 – Finales de enero. Estaba tranquilamente en mi casa preparando mis clases de la asignatura Organización Industrial, cuando, de pronto los teletipos de todos los medios de comunicación y redes sociales del mundo comenzaron a repetir instantáneamente que algo nuevo había surgido en la lejana China.
Los datos eran confusos: datos y gráficas incompletos, cuando no incomprensibles, llamados a los científicos de todo el mundo, un mega hospital que se construía en tiempo récord, médicos y sanitarios de todo China que confluían en una nueva ciudad a orillas del Yang-Tsé, noticias de que algunos afectados comenzaban a fallecer, …
La reacción del mundo no se hizo esperar. “Cuando las barbas de tu vecino veas pelar…”. En todos medios y redes de comunicación del mundo se oía simultáneamente el mismo mantra, acompañado de los mismos datos confusos: había que proteger a toda costa “nuestro” Sistema Sanitario.
De pronto, en tiempo real, todo el mundo comenzó a saber que eran los EPI’s y de su escasez. Unos productos, en general, sencillos y que, con toda probabilidad, se estaban gestionando como “commodities” en un mercado competitivo mediante “un procedimiento administrativo”, casi “en automático” (cabe destacar que hay sobradas razones para aplicar dichos procedimientos administrativos, pero entre sus características no está precisamente la de agilidad). Me imagino a los gestores de dicha cadena de suministro teniendo que enfrentarse, a una demanda repentina y tendiendo hacia el infinito. Un problema de aprovisionamiento monumental y de difícil solución.
El prever una escasez en los EPI’s era algo sencillo, sólo había que mirar las agencias de noticias y saber hacer una especificación correcta de los productos. Saber cuantificar la necesidad, cuando o donde se iban a necesitar era otra cosa más difícil. Conocer funcionamiento y la dinámica interna de las cadenas de suministro, algo mucho más difícil aún y conocer, no lo que faltaba, sino lo que “sobraba” a lo largo de la cadena de suministro y estaba estorbando que los materiales fluyeran hacia el usuario final, era algo casi imposible (sobre todo para quien nunca se había hecho estas preguntas).
En este punto conviene hacer un inciso y recordar a Jay Forrester del MIT que, en su publicación “Industrial Dynamics” en los años 60 del pasado siglo fue el primero en descubrir el efecto que luego se denominó efecto bullwhip (látigo) que puede resumirse de la siguiente forma: Cuando en una cadena de suministro la información contiene errores y sufre retrasos en la transmisión a los diferentes eslabones de dicha cadena, las decisiones tomadas en incertidumbre y con falta de visibilidad de la propia cadena, suelen desencadenar procesos complejos de realimentación en el sistema que conducen a una amplificación de la señal, semejante a la que se produce en algunos circuitos electrónicos, y que se transmite a lo largo de la cadena de suministro
Pero mientras tanto, el coronavirus avanzaba y el “efecto bullwhip” ya se había desencadenado en varias cadenas de suministro sanitarias y todos los medios de comunicación y redes sociales (y antisociales) continuaban diciendo que en todos los lugares del mundo se necesitaban todas las mascarillas que hubiera en cualquier lugar del mundo.
Es de sobra conocido el efecto de la propaganda en la amplificación del “efecto bullwhip”. En este caso, la información sobre la escasez no era propaganda al uso, pero los datos transmitidos al mundo en tiempo real eran claramente incompletos, por lo que el efecto es similar. La señal sobre las necesidades reales se continuó amplificando en la dirección contraria de la cadena de suministro. El “efecto bullwhip”, se convirtió en un “efecto snowball” (bola de nieve), que avanzaba de forma imparable por la cadena de suministros, desvirtuando, aún más, la señal de demanda.
Para entonces, el coronavirus ya era una pandemia, (no hay que olvidar que el coronavirus físico también continuaba actuando). Parece ser que este coronavirus no había mutado, pero si lo había hecho el virus virtual. El problema de aprovisionamiento había mutado a un problema de asignación de recursos con una demanda que se había convertido en infinita y en la que distinguir lo real de lo ficticio era prácticamente imposible.
Nuevamente el problema se había convertido en irresoluble incluso antes de plantearse, y nuevamente sufría otra mutación repentina hacia un problema de separación de la demanda real (necesaria), de la ficticia (provocada por la escasez), que era necesario resolver antes de acometer el problema de asignación.
El virus de la información mutaba más deprisa que el coronavirus físico y, una vez más, los medios de comunicación y redes sociales (y antisociales) entran en acción, a través de la propaganda para “intentar resolver de una vez todos los problemas y proteger a nuestros sanitarios, de una vez por todas”. Cuando todo falla, hay una sola cosa que no puede fallar: la solidaridad popular. La cruzada popular organizada para salvar a nuestros sanitarios, no es ninguna invención moderna, sólo difiere en la capacidad tecnológica para amplificar la señal (recuerden la Cruzada Popular que se planteó en la Edad Media para salvar los Santos Lugares del infiel). En medio de la actual cruzada, las informaciones intercambiadas en “tiempo real” entre oferta y demanda (reales o ficticias) se sucedían a ritmo vertiginoso (en muchas ocasiones ni oferta ni demanda eran reales), y, mientas el coronavirus se mantenía sin mutación, el problema organizativo volvió a mutar hacia otros problemas, un problema de incertidumbre en la oferta. ¿qué oferta era real y cual era ficticia? y otro, conseguir y preparar recursos para gestionar otros productos que llegaban de forma incontrolada al sistema.
En medio de todo, cuando el virus de la información campaba por el sistema sin que nadie fuera capaz siquiera de apreciarlo, alguien, tímidamente, planteó una pregunta ¿Pero cuánto dinero ($) se necesita?
¡El virus informativo había mutado otra vez! Ahora hacia un problema económico. Pero ¿cómo valorar unos recursos que no se sabe si son reales o ficticios y un proceso que nadie sabe si está controlado o no? Nuevamente la solidaridad (mal entendida) se mostraba como el “bálsamo de Fierabrás” del Quijote: todo dinero es poco para salvar a “nuestros” sanitarios (alguien, aludiendo de forma lógica a la solidaridad, podría plantearse si sólo a los nuestros). No viene mal recordar que empeñarse en resolver problemas imposibles de resolver, suele conducir a la melancolía (que es como llamaban antiguamente a la enfermedad de la depresión).
Año 2020 - Unos meses después. Mientras teletrabajo desde casa, me pregunto qué ocurrirá cuando esto termine. ¿Cuándo aparecerán los suministros (de todo tipo y condición, no sólo los sanitarios) que no han llegado a su destino y están flotando por el hiperespacio? y, ¿qué consecuencias se derivarán de todo esto?
Es indudable que médicos, sanitarios, epidemiólogos, virólogos etc. han aprendido durante estos días muchísimas cosas sobre los coronavirus y su propagación. Todas estas especialidades de la rama sanitaria mal que bien estaban formadas y organizadas para identificar el coronavirus y aprender, pero ahora me pregunto ¿Qué ocurre con los ingenieros? ¿Estamos preparados para aprender de los virus que nos afectan? ¿Qué ha ocurrido con nuestra formación?
Jay Forrester, en su tiempo, ni siquiera pudo imaginar que el “efecto bullwhip” no sólo se propagaría a través de una cadena de suministro, sino que llegaría a “contaminar” distintas cadenas de suministro (conectadas por la red de un mundo globalizado), hasta producir un “fallo sistémico generalizado” de tal magnitud. Pero probablemente tampoco hubiera concebido un sistema educativo que caminara con paso firme y decidido hacia una mayor y más estrecha especialización, precisamente para enfrentarse a problemas cada vez más globales.
Pensando estas cosas no sé muy bien si estoy viviendo dentro de una “distopía”, como Alicia en el País de las Maravillas, o estoy viviendo en un mundo real. Es probable que nuestras tecnologías hayan sido capaces de “conectar en red” algo para lo que organizativamente no estábamos preparados. Pero entonces, ¡me dí cuenta!
“No éramos nosotros los que habíamos desconectado a H.A.L. ¡Éramos nosotros, las personas, los desconectados! y empecé a preocuparme en serio.
Año 2058. Si, si, … Continúo aquí pero no sé si alguien me escucha. Un dron me trae “sopa Mafalda” todos los días, y entre eso y la rutina de las clases, me mantengo.
Yo todos los días doy mi clase al ordenador. Como ya soy muy mayor, me han dejado continuar con mi rutina. Imparto una asignatura optativa de Humanidades que se llama “La organización en las civilizaciones antiguas”. Creo que tengo alumnos (al menos eso me dice el ordenador), pero no sé ni quienes son, ni lo que estudian, ni siquiera si existen en realidad. Nuestros auditores dicen que sí.
Estos días he consultado una base de datos, para saber qué había ocurrido con la Ingeniería Industrial, algo que a pesar de mis achaques añoro, como recuerdo de juventud probablemente. Parece ser que después de la Ley de Reforma Universitaria V y el Proceso de Bolonia XXIV, esa profesión casi ha caído en el olvido. Se estudia en 1 año y la especialidad de Organización Industrial, donde daba clase, hoy se reduce a una sola asignatura “Las recuperaciones en V”. Parece ser que la imparte un científico muy acreditado.
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LA VENGANZA DE H.A.L. o UN VIRUS QUE NADIE VIÓ
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