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SEPTIEMBRE 2002 - Volumen: 77 - Páginas: 61-70
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Hasta hace poco más de 100 años, la única fuente de campo electromagnético (CEM) a la que una persona podía estar expuesta era la natural, es decir, el campo eléctrico atmosférico y magnético terrestre o los procedentes del Sol y del espacio. Posteriormente la generación y uso de la electricidad en todos los ámbitos de la vida y trabajo, la aparición de aparatos de telecomunicación (radio, televisión, telefonía móvil...), aparatos de uso industrial, nuevos métodos de transporte, etc., ha sumergido a la práctica totalidad de la población en un nuevo ambiente electromagnético, diferente del existente de forma natural, y que abarca un amplio abanico de frecuencias. En conjunto, las investigaciones sobre efectos biológicos de los CEM flan generado más de 25.000 artículos científicos (datos de la Organización Mundial de la Salud) lo que hace que sea posiblemente el agente más estudiado en el ámbito biológico. Si en un principio se investigaron los efectos del campo eléctrico (quizás por ser mejor conocido y porque se medía más fácilmente), actualmente, aunque con excepciones, se investigan los efectos del campo magnético. Por ello, nos centraremos más en el campo magnético, tanto desde el punto de vista dosimétrico como de efectos.
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