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SEPTIEMBRE 1997 - Volumen: 72 - Páginas: 87-92
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Con cuidadosa atención el visitante del Museo se detiene sucesivamente ante las obras de arte, se inclina sobre las vitrinas que guardan objetos preciosos e irrepetibles y lee los rótulos que dicen qué es cada cosa. Sin prisa, como es debido, va recorriendo las salas dedicando pausas cumplidas a las piezas de mayor relevancia. Al cabo da por terminada la visita, mira el reloj y sale. La calle le acoge con su ruido, sus prisas y su contaminación. En el Museo quedan ordenados y a buen recaudo los "cadáveres exquisitos" de la cultura, aislados del ambiente exterior, bajo discreta y eficaz vigilancia. El Museo es una máquina imposible creada para detener el tiempo y sus efectos. Una máquina utópica, que pretende, nada menos, que saltarse a la torera el segundo principio de la Termodinámica. Idealmente un Museo sería un ámbito en el que la entropía se mantuviese constante, como embalsamada, a lo largo de los siglos. Obviamente, no es así y los museos tienen graves problemas. Más allá de las salas donde se exhiben al interés del visitante los objetos preciosos, en el propio Museo, o en entidades especializadas y fuera del mismo, grupos de expertos (con un amplísimo bagaje de conocimientos) trabajan con eficaz paciencia en procura de resolverlos. Los problemas son, sobre todo, de tres clases: la autentificación, la conservación y la restauración.
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