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DECEMBER 2003 - Volume: 78 - Pages: 23-28
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Ciertamente cada siglo puede considerarse único e irrepetible, pero el siglo XIX sin duda lo fue, en cosas tan variadas como la Geopolítica, la Sociología o las Ciencias Físicas. Al comenzar el siglo, Inglaterra y Francia eran enemigas irreconciliables al grado máximo. La enemistad de ambas era centenaria, enraizada en el propio proceso de maduración de esas naciones como tal, a lo largo de toda la Baja Edad Media, teniendo como expresión máxima la Guerra de los Cien Años (que duró más de cien) y en la cual fue quemada Juana de Arco, y los ingleses, arrojados de sus ocupaciones continentales. Pero si en el siglo XV el enfrentamiento había sido a sangre y fuego, a principios del XIX (recuérdese a Napoleón) el enfrentamiento no era menos beligerante. Y como tal siguió tras Waterloo, que mermó el poder francés y sirvió de base a la expansión colonial inglesa, pero no mermó la enemistad entre ambos países que continuaron como enemigos radicales. Y, ¡oh, milagro del siglo XIX!, a finales de esa centuria, Inglaterra y Francia se habían convertido en aliados tan fraternales que durante muchos decenios del siglo siguiente, como Aliados fueron conocidos generalmente. Bien es sabido que el apiñamiento entre Francia e Inglaterra no fue un milagro mágico, sino una consecuencia lógica. La consecuencia de la aparición de Alemania como nación unificada y con enorme poderío, en la segunda mitad del siglo XIX. Con la derrota de Napoleón III ante Bismarck, el canciller de hierro, en la batalla de Sedán (1870), a Francia no le quedó otra opción que echarse en brazos de Inglaterra (o del Reino Unido de la Gran Bretaña, si se atiende a su denominación estatal) para contrarrestar el creciente y complejo poderío de la nación alemana, que era fuerte en todo: demografía, ciencia, industria, filosofía, disciplina,… Quizá tras la II Guerra Mundial, con el acercamiento París-Bonn (de GaulleAdenauer) más la polarización entre bloques Este-Oeste y la constitución del Mercado Común Europeo, se entrara en otro nuevo giro geopolítico, que ya no nos interesa pues nuestra atención para tratar el amanecer de la Electricidad se ha de centrar en el siglo XIX. A lo largo de ese siglo, entre otros grandes avances científicos, se produce un desarrollo espectacular de dos ciencias técnicas, de manera un tanto antiparalela: la Termodinámica y la Electricidad. Su carácter antiparalelo viene de lo que sigue: la Termodinámica arranca como una técnica, poco más que artesanal, que viene de inventores tan ingeniosos como Savery, Newcomen y Watt, pero cuya formulación científica y su bagage analítico eran paupérrimos, aunque sus máquinas funcionaran sin duda. A lo largo del XIX se ahondará en sus técnicas experimentales científicas (caso de Gay-Lussac ) y en sus desarrollos teóricos y conceptuales (caso de Clausius ) de tal manera que finalizará el siglo como una ciencia sólidamente basada en postulados y principios, y como una técnica capaz de proporcionar aparatos tan extraordinarios y útiles como el motor de explosión o la turbina de vapor.
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