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NOVEMBER 2004 - Volume: 79 - Pages: 32-34
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A principios del 1er milenio a.C. aparecen simultáneamente en documentos el arameo y el hebreo, lenguas que se hablan en la costa oriental del mediterráneo y en el interior de Siria en el II milenio. Por aquel entonces, se escribía en toda la región el acadio, lengua de Mesopotamia, y en escritura cuneiforme. Las lenguas vernáculas eran conocidas solamente por glosas o idiotismos en textos en arcadio o por el análisis de nombres propios, que son siempre, en semítico, expresiones que tengan un sentido. La difusión a principios del I milenio de la escritura alfabética lineal (el alfabeto fenicio) ha permitido la notación de lenguas locales que, a partir de entonces, se han conservado. Primeras huellas Los documentos más antiguos en arameo son inscripciones que emanan de pequeños reinos que se repartían Siria en el s. IX a.C: ejemplos son la inscripción de Tel Dan descubierta en 1993 en el norte de Israel, que conmemora una victoria sobre el rey de Israel, muy probablemente la de un rey de Damas; pequeños epígrafes en marfil y en las antiojeras de caballos de bronce; una estela relativa a Zakur, rey de Hamat (actual Hama, en Siria); una estela votiva de un rey de Aram, hallada cerca de Alepo; una estatua de piedra con una inscripción bilingüe en acadio y arameo de un rey de Gouzana, reino del N.E. de Siria. Todas estas inscripciones se extendían por Siria y, desde el s.VIII, se las puede encontrar hasta en Irán. Se trata de inscripciones de carácter más o menos oficial. La historia del hebreo está vinculada en sus comienzos a la de los reinos de Israel y de Judá: es la lengua de los dos pequeños reinos con pequeños matices dialécticos entre los documentos de ambas regiones. Si dejamos a un lado la inscripción de Gezer (con frecuencia evocada como la inscripción hebrea más antigua aunque probablemente sea de origen filisteo), los documentos más antiguos en hebreo son las “ostraca”, fragmentos de cerámica rota empleados como soporte de escritura en tinta para cartas, documentos de envío, actas, etc. Aunque tanto su naturaleza como su laconismo hacen difícil su datación, y si algunos pueden emontarse al s. IX, la mayor parte son de los siglos VIII y VII a.C. ó incluso del s. VI hasta la caída de Jerusalén el año 587 a.C. Se conocen también inscripciones en vasijas o en piedras de las mismas épocas desde el sur de Neguev hasta el monte de Galilea. La inscripción del túnel de Ezequias en Jerusalén, en la que se evocan los trabajos de conducción de agua terminados a finales del s. VIII para preparar a la capital contra el ataque del soberano asirio Senaquerib es, sin duda alguna, la más célebre.
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